La investigación social es un medio por el cual podemos comprender los problemas que aquejan la vida de las familias guatemaltecas, esas situaciones tan complejas y diversas logramos entenderlas en la medida en la que tengamos un acercamiento a esas realidades tan particulares.
Parte de esos problemas y realidades se encuentran en los catorce casos presentados en la investigación “Vidas Silenciadas una tragedia de la que no se habla” realizada por el Programa de Género y Feminismos de FLACSO-Guatemala en el año 2019. Breves historias y relatos que evidencian la cruenta y triste realidad de adolescentes que ante un embarazo quizá no deseado, quizá forzado o quizá rechazado encuentran la salida en el suicidio.
A pesar de que esas historias revelan problemas de índole individual y/o familiar, también ponen al descubierto la ausencia y deficiencia de los servicios públicos y del Estado en general, sobre todo en las áreas rurales del país; pero, además, cada historia compartida representa apenas una arista de todas las adversidades que vive una adolescente carente de acceso a información, formación y libertad de decisión. No cabe duda entonces, que son muchos más, los secretos, las complicidades, los delitos y las crueldades que quedaron guardadas detrás del suicidio.
Entre las conjeturas y/o suposiciones que podemos tener a partir de la lectura, llama mi atención el caso de “Esperanza” quien en su nota de suicidio agradece la valentía de su madre al haberla tenido a los 15 años y haberla sacado adelante y le pide perdón por no ser tan valiente como ella.
Muy probable es, que su madre haya estado inmersa en múltiples formas de violencia desde antes de concebirla, y es que hoy se han logrado avances en la visibilización y tipificación de la misma sobre todo en las áreas urbanas y por ello las conocemos e identificamos; sin embargo, hace un par de décadas las diversas agresiones en contra de las mujeres eran normalizadas y aceptadas; de hecho, en muchas comunidades del área rural esas condiciones violentas persisten. No cabe duda que Esperanza vio en su madre un reflejo de lo que podría ser su vida y quizá a lo que ella llamó valentía no es más que resignación y martirio, por lo que, vienen a mi mente las palabras de José María Vargas Vilas “Cuando la vida es un martirio, el suicidio es un deber”.
Un agravante en casos como este, es que existe toda una complicidad social e institucional que permiten y perpetúan estas formas de violencia, y es que Esperanza quizá se dio que cuenta que su maternidad simplemente la convertía en una mujer más vulnerable, ante una sociedad y un Estado que lejos de propiciar condiciones dignas de vida, se empeña en invisibilizar y minimizar sus responsabilidades.
Por: Ana Lucía Chávez, Quetzaltenango noviembre de 2021